sábado, 26 de julio de 2014

DERVICHE I Y DERVICHE II

De mi reciente viaje a Turquía, en julio de este 2014, concretamente a Capadocia y a la ciudad maravillosa de Estambul surgen estos dos derviches, los monjes bailarines sufís del Monasterio de Mevlevi (Mevlevi Tekkesi), los monjes discípulos de Mevlana (nuestro líder) Jalaleddin Rumi, caracterizados y conocidos por su vestimenta, largo gorro troncocónico y amplios faldones y un baile impresionante de giros como peonzas en una especie de levitación ingrávida en la que parecen dejarse llevar por un éxtasis que les hace girar sin parar como peonzas.

De la visión de uno de estos derviches en la terraza de un café restaurante próximo a Sultanahmet, solo acompañado por músicos, en su giratorio levitar surgen estos dos derviches, uno un dibujo poemado (Derviche I) y otro un caligrama (Derviche II) hechos al paso, que ilustran claramente la diferencia de uno y otro:
DERVICHE I
Cogido en su deambular giratorio, la primera ilustración y apunte me lleva a este dibujo poemado en el que el poema ilustra la impresión original del baile plasmado en un dibujo y el poema que este sugiere, ambos a mano en un apunte a bolígrafo, cuyo poema dice:

Reloj, campanilla, peonza,
berbiquí de su veleta,
compás de su hélice loca
que nunca repara en vueltas
ni se detiene en una hora
¿Qué estás buscando en la Tierra
que escudriñas con tus botas?
Pareces el azar ruleta
al viento, cmo las hojas,
pero es el girar tu inercia.

MANUEL MILLÁN CASCALLÓ


Dos días después, de la primera impresión surge la segunda, Derviche II, un caligrama, esta vez con distinto poema:

DERVICHE II

Esta vez la impresión funde la visión del derviche en otra postura y su relación concreta con Estambul, en una síntesis de ambas visiones asociadas a la ciudad.

MANUEL MILLÁN CASCALLÓ

viernes, 25 de julio de 2014

A GOLPES TERCOS DE VIDA


A golpes tercos de vida es lo que se llama un dibujo poemado o imagen poemada. Es el resultado de la descomposición de un caligrama en el que el dibujo y poema se separan y adquieren su forma clásica aunque su forma real de composición sea en sí otra. En principio surge de que, o bien un dibujo o pintura sugiere, por su valor simbólico intrínseco, un determinado poema (sería la relación normal y natural por la que la mente interpreta simbólicamente la imagen y la convierte en poema) o, por el contrario, un poema sugiere y se interpreta como una determinada imagen. Aunque la relación puede darse entre imágenes pictóricas de distintos autores, el verdadero dibujo poemado o imagen poemada puro exigen que ambos sean obra del mismo autor y este es el caso de A golpes tercos de vida, en que imagen y poema son ambos míos. 

En el caso de la imagen, un dibujo a plumilla de una loma o colina rocosa, integrada por rocas, gravas y arenas y, en donde, el único atisbo de vida, pasada, es un rastrojo de arbusto deshojado y muerto y un tronco retorcido que aparece en el ángulo inferior derecho de la imagen, que, en realidad, es la raíz de un árbol invisible, el único árbol, el de la vida, en una zona esteparia o desértica sugiere el poema que versa sobre la vida en sí misma desde la perspectiva humana. Propone un símil, de hecho una alegoría o metáfora continuada y global, entre la erosión natural de los vientos y las aguas de lluvia, nieve y granizo y el deshielo que ha tallado, esculpido, como torturado la roca con las adversidades que la vida humana debe resistir, sometido a un sistema agresivo y rutinario que le exige la supervivencia cotidiana y le impone las rutinas de la monotonía y el hastío que le encadenan al propio Sistema, a su entorno y al grupo en el que cada uno se integra y muestra como nos domestica, nos doma y nos asimila hasta convertirnos en un número más, una célula de su tejido, integrada a algún aparato de cuerpo intrínseco. Y por eso el individuo se difumina entre sus iguales formando parte de un mismo ente colectivo.

La mención específica de su noria preferida, que va girando, dando vueltas sin parar, no es más que el paso del tiempo (equiparando la noria, tirada por cada uno como asno de su propia vida, con el reloj en su incansable girar en la esfera del reloj) equiparado a nuestra vida, una para todos (el tiempo absoluto) y una para cada una de nosotros (el tiempo relativo de cada uno, magnificado o minusvalorado en función de la intensidad con que cada uno vivimos nuestros instantes presentes o recordamos los pasados).

La vida, torturada por su propio deambular en ese continuo hacerse y deshacerse de cada uno de los instantes al dejar de ser él (y convertirse ipso facto en pasado) para ser el instante futuro que no ha mucho era percibido como futuro en ese continuo nacer y morir donde también vamos dejando de ser lo que éramos, los ideales que forjamos, la emociones que sentimos, los propósitos y los planes que matamos, unos, la mayoría, por incumplidos, por imposibilitados por la realidad de nuestra vida, y otros por cumplidos es la herida conque vamos abriendo el trecho que nos llevará a nuestra propia muerte como inconscientes asesinos de nosotros mismos. Vamos dejando de ser nosotros para ser parte del conjunto, del Sistema que nos devora, nos consume y nos agota hasta convertirnos en un objeto más del paisaje en que vivimos: Paisanaje.

La imagen nos engaña escondiendo mi firma  y el año de factura, 2014, entre las sombras de la corteza del tronco retorcido que me simboliza. Y el poema, mi poema, dice así:

Piedra sobre piedra herida,
un flujo de vida lame
lentamente su alma arisca
y le da forma más suave,
excavando en sus aristas.
Terca lame y la y lame
mientras nos deja su firma:
Un muestrario de de mil piedras,
gravas, guijarros y arenas
redondeadas, sin esquinas
y mil formas barrocas 
y caprichos de mil vidas
y de mil distintas  modas
que el terco reloj diseña
constante y a todas horas
mientras va girando vueltas
en su noria predilecta.

Tanto hacer y deshacer,
llegar a ninguna parte
del nacer y desnacer
para siempre continuarse
mutando siempre de ser.
Parece razón de vida
que abriéndonos va la herida 
desde que nos ve nacer
y nos talla a su medida.

MANUEL MILLÁN CASCALLÓ

Poema y dibujo son percibidos como actos distintos aunque compartan un mismo sentido y sean parte de un mismo proceso de creación... Eso sí cada uno conserva su identidad pero no son nada el uno sin el otro porque, entre ambos construyen un mismo sentido que los fusiona en uno como los amantes el instante sin tiempo ni espacio en que el amor hecho acto los convierte en un solo ser que comparte el universo y el tiempo común de su mutuo amor en el instante en que existen siendo amantes en su universo y tiempo construido y habitado solo por ellos..